Cómo no recordar al CAP, sus historias, a sus gentes, sus rutas y hazañas de montaña y sueños. Si no fuera porque hay más locos como yo en este mundo, quizá suficientemente cuerdos como para permitirnos un poco de locura, y a la vez testarudos para no dejarnos embaucar por la cordura de esta vida «moderna»; probablemente jamás hubiese ollado las cumbres, que hoy al volver a recorrerlas solo o en compañía, siguen saturando a nuestro ser de emociones indescriptibles con el lenguaje humano.Emprendí el vuelo, como tantas veces, hacia la cumbre del arácnido Cotopaxi, sus deshielos que lastiman y recuerdan con feroz lenguaje, lo que probablemente, más allá de los procesos volcánicos naturales, es sin duda el efecto y huella del antropoceno. Se suponía que la bella amiga Anette me haría compañía, «…un poco de celos le caerá bien» me había dicho haciendo mención a su bípedo compañero. Como no me fío de sus correrías de triatlonista, tuve la precaución de invitar a alguien más, que según mis cálculos, le haría compañía pues por seguro tenía, que en los primeros prolegómenos del ataque a la cima, iban a mandarse cambiar al refugio, que por cierto, ahora es realmente un refugio: buena comida, buen ambiente, poca gente, es decir par cordadas más y los amigos que atienden los menesteres del mismo; camas nuevas, olor a madera, colchones nuevos y bien forrados…almohadas..baños limpios …un lujo. El solo recordar cómo era en tiempos pasados me llenan de espanto y malos olores y humores.
Llegamos al parqueadero sobre los lomos del veloz y estable Pacazo; luego de haber tenido casi, un mal rato con los guardaparques y los señores del Ministerio de Ambiente, quienes intentaron la osadía de alzar la cola de mi Pacazo a ver si en su interior portaba las armas de Caballero de los Andes (piolet, crampones, cuerda…); tan terrible sería la cara que les puse que optaron por la segunda prueba: «¿su carné señor?» -al cuerno- respondí, -el mismo día que el CAP me lo dio, siendo la primera vez que carnetizaban a los socios, lo he perdido …y a la final solo voy hasta el cráter y luego me regreso, y para lo más de eso siendo viejo en estas artes no necesito ni de guía ni de carné …ni de papeles, es más, ni chofer profesional necesito puesto que mi Pacazo solo se deja conducir por andinistas, y los que conozco no son choferes profesionales …así que adiós-. Y raudo y veloz montado sobre los lomos del Pacazo pasamos el control… bueno, la verdad es que sí dejé el papelucho que libera de responsabilidad a los burócratas en caso de que decida liberarme de esta funda psico-bio-degradable. A propósito, hay que tener la decencia de no dejar un mal aspecto en la montaña, hay q abandonar la cárcel corpórea en las profundas fauces una grieta.
Imaginé que en el parqueadero me esperaba un mar de rechonchos cuadrúpedos de hojalata y caucho, pero en su lugar solo estaban un par de legendarios amigos: Nissan Patrol 1963 y Un Land Rover de la misma época, dejamos en buena compañía al antediluviano Pacazo Renault. Ya en el refugio, luego de la corta caminata de aclimatación, echando fotos a diestra y a siniestra como si fuera la primera vez en el Cotopaxi… claro con las montañas es así, siempre es la primera vez; la sorpresa, Anette no estaba, por seguro alguna ingesta glotona hizo de las suyas con su cañería. ¿Qué hacer entonces? pues nada, degustar de la buena cena a las 17.30 luego un poco de conversa sobre anécdotas montañeras y al sobre, se duerme muy bien, algo mejor se duerme en el Chimborazo cuyo refugio también está de perlas, aunque claro me vinieron los aterradores recuerdos de hace unas tres semanas en donde en compañía del amigo y compañero del CAP Santiago Santiago CBA, el problema de cañerías me atacó a mí, justo cuando ya salíamos a la arista que divide los glaciares de Thielmann y Stübel sobre el castillo de roca, ahora tan animado a cumplir con la ley de Newton y tirarse cuesta abajo sobre quien lo esté atacando. Fuena una prueba de paciencia, eso de andar haciendo colas es un tema de resistencia.
Luego de una buena roncada, el pitido del relojito hizo trizas el ensueño con Dulcinea… nunca puedo darle un beso; salimos a eso de la una, la verdad es que forcé el paso hasta calzar crampones, a ver si la suerte me acompañaba y el cliente renunciaba. Que dura la tarea de subir bisoños, no termino de acostumbrarme, quizá por ello anduve 10 años en solitario. Desde allí y ya en los prolegómenos de la “rompe corazones” el paso era de Quelonio en plena rumiadera, “la cuerda tensa…siempre tensa por andar jalando como tractor” al menos en ello cumplía a cabalidad lo dicho por el buen amigo@AndresHerrera. Ya por Yanasacha, el hedor a azufre, seguramente emisiones de algún malhumorado dragón, saturó nuestros pulmones e hizo olvidar de inmediato las delicias hace pocas horas degustadas en la cena, esos gases sulfurosos que nos acompañaron hasta casi la cima, eran muy fuertes, en diciembre del 2014 anduve por esos rumbos y no estuvo tan pestilente. Esta vez mezclados con la humedad de los ojos se hicieron ácido y realmente me ardieron “las vistas” o será que ya estoy en pleno camino a ser semilla. Me parecío por sus exageradas emisiones de SO2 que el volcán algo trama, se ha despertado y está más sulfuroso como nunca antes… y bueno algo tendrán que contarnos los amigos del Geofísico EPN que lo tienen al parecer en cuidados intensivos.
En la cumbre todo se olvida, retorna la fuerza al cuerpo y la mente se escapa del lenguaje que intenta describirlo todo, da paso a las sensaciones y al simple hecho de existir para sentir, par lagrimones brotan, sea la primera o la centésima vez que uno llega a la cumbre. Los dioses y los demonios no existen, solo la belleza de Gea, por doquier entre juguetonas nubes asoman curiosas las montañas de este pedacito de planeta llamado Ecuador, se dan los buenos días, son las 6. Me libero de la parafernalia del traje montañero y enciendo el baile, hago honor al rito montañero y ejecuto con agilidad la Danza del Aqueronte. Tiemplo la voz y lastímo el silencio con estrofas saltadas de Don Paco Ibáñez «te llamarán…nos llamarán a todos…» Tremendo momento de éxtasis y extático viaje cerébrico.
Arrecia Eolo celoso al ver el deleite de mis ojos. Fugaz visión del Chimborazo, Altar, el recio Quilindaña, Antisana, Illinizas, Corazón, Pichinchas, Pasuncho, Rumiñahui, el retador Sincholagua… solo el cráter lleno de sulfuros y nubles me oculta su intimidad, quiz´la próxima, como antaño que ahora creo recordar en su profundidad paseaba Dulcinea a lomos del Dragón Kantoborgy.
Una hora en la cumbre, es tiempo de regresar. El cliente parece estar fumado, olvidé que había alguien más. La responsabilidad retorna, los recuerdos del Chimborazo y el canvalache realizado entre cordadas empieza a pesarme, recuerdo entonces que pese al problema de cañerías me encordé con un sujeto de dos metros que no sabía ni caminar, peor cramponear, y eso bajando del castillo en el Chimborazo era una especie de sentencia. Vociferé muchas palabras recontra rojas, mantenía tan tensa la cuerda por el temor a que tremendo bulto resbalase y por inercia fuéramos a parar en la laguna en calidad de amasijo de cuerdas y crampones. Qué feo aspecto dejaríamos en el Chimborazo. Finalmente por esas buenas prácticas que hicimos con los amigos del CAP:Dennise, Sandra, Gabriel, Alejo, Santiago y Diego con apoyo el maestro@AndresHerrera luego de muchas horas logramos arribar al refugio… yo con los brazos que hasta Hulk me tendría envidia.
En el Cotopaxi, la cosa fue similar, aunque a diferencia del Chimborazo el cliente era liviano, pero igual andaba re-lento… no andaba, resbalaba rápido, luego sus botas koflach de la era del dinosaurio decidieron que ya no aguantaban el matrimonio con las suelas Vibram, y se despegaron tan parejas que parecía que jamás estuvieron juntas. Esto pasó sobre Yanasacha. ¿Y cómo bajo a este mutante? -me pregunté- Menos mal no opté por las grietas. Cordinos y cinta de ducutos, sí una buena opción, y claro cuerda corta y tensa todo el tiempo, y con los brazos de Hulk.
Finalmente las imágenes terminan esta historia, que hasta los militares practicantes en el hielo festejaron entonando la canción del «sin zapatos» y ofreciéndose a prestar medias para que el susodicho sobreviviente baje hasta el refugio. Yo lo único que les pedí fue ortiga de burro para darle al majadero bisoño, pero no me consintieron. En ciertos momentos me pregunté cuál hubiese sido el desenlace de este «accidente» en la travesía LLoa-Mindo o en el Puntas, salidas tan geniales que hice con amigos del CAP..zapatos de paja o de corteza de Polylepis…
El éxito de estas salidas y el llegar a buen término, es posible porque me inicié en el CAP (Club de Andinismo Politécnico); y por quienes además escribí “Egotrip” de mi primer libro “La rebelión del silicio”
Los diez mil pasos, son los que marcó el wareable #vivosmart, 🙂