…a propósito de las fiestas de estas comunas de cemento, en donde las farmacias, los mercados y hasta las tiendas de autos abusan de la estridente «música» para atraer a los bípedos.

Tomado del Libro del relato «La invasión de los Yoctaphonos» del libro  «Los hologramas del poseso y entropía«

         Extrañas naves con la forma de enormes micrófonos se han posado sobre las bulliciosas ciudades de este planeta, quizá lo han hecho también sobre otros mundos. Ya no pudimos confirmarlo.  Al principio, los sonidos propios de un mundo lleno de ruido, el hablar de las gentes, el ladrar de los canes, las ruidosas bocinas de los acelerados y amargados conductores, y el tronar pestilente de las fábricas se fueron opacando y dejaron paso a los aterradores sonidos de nuestra propia naturaleza; sonidos emitidos por las criaturas ya olvidadas. Entonces escuchamos con atención el deslizarse de una lombriz “devorando los rayos que excretan olvido”, el ronquido que provoca el paso de la tierra al ser deglutida por ellas. El golpe de impulso de una pulga como un sórdido tambor… miles de ellas como una manada de elefantes al trote por un entablado. En las noches, el crepitar de los ejércitos de ácaros devorando la piel seca que cae de nuestros cuerpos, graficaba en nuestra mente una extraña criatura amorfa, un edredón infinito de movimientos amenazantes, que nos tenía en vela.
Los sonidos causados por el efecto capilar que producían todas las plantas al alimentarse, tronaba en nuestros oídos como el rugir de la más descomunal de las cataratas. También fueron amplificados nuestros propios ruidos, la salida de un involuntario gas retumbaba como si de un tifón se tratase.  Los gritos de las gentes en sus casas, el sonido de los medios de transporte eran ensordecedores.
Ellos vinieron para amplificar en nuestro mundo los sonidos de la naturaleza. El Señor Hacendado dijo que eran los Silenciosos Políphonos, que eran  simples amplificadores operacionales de  volumen yoctamétrico. Antes, cuando aún el pueblo tenía medios y ganas por hacer ruido, prendían sus amplificadores de audio para electrizar los tímpanos de cualquiera, burlándose de quienes deseaban descansar ponían su “música” a gran volumen, sonidos y gritos, eso era a lo que llamaban música, una horrenda diarrea de insufribles palabras y sonidos aberrantes. Se contorsionaban, eso no era danzar.


Esta semana iniciará con la repetición de sonidos que ya nos son familiares, los Políphonos yoctamétricos, al tiempo que amplifican nos cuentan y explican el origen del sonido. No hay descanso, todo el tiempo nos bombardean de sonidos que opacan a los de nuestra cotidiana vida, de madrugada amplifican el acuoso sonido de nuestras entrañas, a veces nos es permitido solamente escuchar el rugir de las entrañas de algún afiebrado y moribundo ser, quizá un perro atropellado por los no-pensantes conductores expulsando su despreciable y estresante vida en forma de insultos, pitazos o atropellando incluso a algún incauto peatón. Nos regalaban los sonidos amplificados de la agonía de un oso repleto de plomo, asesinado por algún cobarde cazador. Sale el sol y nos movemos al ritmo del ulular profundo de las bacterias del ambiente, a la tarde una balada cadenciosa de los gusanos degustando de uno de los miles de cadáveres expuestos en aquellos pueblos famélicos del África. La noche se mostraba elegante para el degustar de nuestros oídos con alguna nueva danza de los ácaros devoradores. Los pueblos “modernos” quisieron echar del planeta a los Políphonos yoctamétricos, pero ellos no pudieron, quedaban paralizados ante el concierto orquestal de éstos reproduciendo y amplificando los horrores de las guerras terráqueas, los gritos de millones de asfixiados y torturados – ¡Oh Lidice!-; los últimos estertores de otros tantos destrozados por el poder de las armas, el ardor del napalm. Cuentan que el ruido era tan fuerte que a los pobres soldados se les trizaban los huesos, que los cerebros electrónicos de dos estados “enloquecían” y terminaban bombardeando a sus amos y creadores.
A todo se acostumbra el humano. Mirábamos en el día formarse en los cielos millones de pequeños diapasones, lanzando sonidos que como olas viajaban por el aire hasta nuestros oídos. En la noche, los parlantes configurados por el color de la oscuridad, brillaban amenazantes al tiempo que emitían su música… el espeluznante concierto de todos los ruidos de todas las criaturas y efectos naturales de este planeta.
Ellos, los Políphonos yoctamétricos, dijeron que traían el silencio del cosmos. Que nuestro sistema planetario era inmundo, que estaba lleno de porquería siniestra que hería continuamente al silencio equilibrado de otras Galaxias, aunque a esas distancia llegue tan débil. Habían llegado a nuestro mundo para vengar a una atormentada Gea, de los virus del ruido. Así nos llamaron VIRUS DEL RUIDO. Se elevaron sus naves en forma de micrófonos gigantes, se formaron todas ellas como una catenaria que empezó a girar hasta engendrar una pseudoesfera que al estallar, nos abofeteó enteros, con una cálida ola de ionizado aire. Yo estaba cerca de mi caballo, éste sacudió con fuerza su cabeza saturada de dolor, su sangre trazaba un rojo cosquilleo en mi rostro. Toqué mis oídos y mi mano se tiñó de sangre. Acaricié a Rocinante, su sangre se juntó con la mía. Tácita promesa de ser amigos para siempre del silencio. Nuestros tímpanos destrozados, el sonido no existió más.
A toda la gente se le reventaron los tímpanos, todos ellos incapaces de escuchar. Estallaron sus aparatitos de comunicación, sus radios, sus teléfonos, su electrónica dejó de funcionar. Ahora las fiestas y festejos de las gentes que a todo se acostumbran, sí que son verdaderas danzas desplegadas en medio de una naturaleza silenciosa y cauta en extremo, claro, siempre se miran a los ojos o al menos unos a otros se miran a las manos. Hacen gestos y de sus bocas arrojan silencio, bailan al son de las figuras que hacen con las manos aquellos que actúan de orquesta; uno que otro solista, ya no es vocalista sino manista, y eso que sigue abriendo la boca como si cantase, quizá lo hace pero ya no somos capaces de escucharlo, ni siquiera sabemos si sus cuerdas vocales hacen vibrar el aire. Han vuelto a comunicarse, a mirarse a los ojos, se reconocen como iguales, y se escriben cartas.
Ahora recuerdo que el señor Hacendado solía dar caza a los ruidosos parlantes de las fiestas, les disparaba. Había inventado armas que apuntadas a las cosas animadas o no que producían ruido, las hacía estallar. Quizá sea un mal recuerdo y esto también lo hicieran los Políphonos yoctamétricos. Al parecer Kropot tenía razón y el Hacendado es un androide  o un ser de otro mundo.

Ellos, se han marchado. Lo único que se llevaron fue la música de Beethoven, los ruidos de la naturaleza, y el ruido  del planeta.

No. El sonido existe, pero ya no podemos escucharlo.

 

 

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